martes, 29 de mayo de 2012

Mi tío Petro. (por Juan de la Cruz Mayo)

Si uno busca en Google Petronilo Mayo Sáez, no encuentra nada. Parece que no hubiera existido y esto es una injusticia,  porque mi tío Petro fue uno de los más grandes luchadores que ha habido, aunque estoy casi seguro de que nunca hizo daño a nadie.






Nació poco antes de comenzar la guerra civil. Era hijo de primos carnales, quizá por eso nunca anduvo bien; de todas formas, siendo zagal con las ovejas de la familia llegó a recorrerse todo el término y, según decía todo el mundo, conocía las fincas como pocos. Mi padre no recuerda que segara, pero se defendía para "amorenar" las garrobas. Fue monaguillo y aún pudo participar en alguna travesura. En la adolescencia una mala caída al intentar subierse a una yegua, terminó de desgraciarle los andares;  más que eso: le dejó postrado en la cama. Mal asunto quedarse así en la posguerra, además mi abuela, -su madre-, era desde 1939 “Tía María, la Viuda”. La familia anduvo de médicos, primero le llevaron a un afamado masajista de Madrid (menos mal que había unos parientes que marchaban bien y le alojaron allí). Después, un prestigioso doctor Riaza que era médico militar, dijo que nunca se levantaría y, tras algunos tratamientos fallidos, se lo dejó a un recién licenciado: Sahagún de la Lastra, que se empeñó en ponerle una escayola de cuerpo entero, (con dos agujeros para hacer las necesidades). Para elaborar y poner la escayola emplearon a cinco soldados de la clínica del Dr. Riaza.

Así estuvieron meses, esperando a ver si salía bien el experimento del joven doctor y  Petro sufrió muchos picores y alguna enfermedad en la piel. La familia tenía que sacarle al corral a que le diera el sol. La vez que más gritó en su vida fue una que, estando sólo en el corral tomando el aire, una víbora se le acercaba. La enfermera del doctor temblaba el momento de quitarle la escayola pero Librado se animó y con unas tijeras de podar las viñas la abrió por la mitad: pegado al yeso quedó todo el vello corporal de Petronilo. Por supuesto, depués de salir del caparazón tampoco echó a andar; fueron muchos meses de duros avances. Le prestaron una muleta, y más tarde Teodoro el de Tío Vicente "Zamparra", le hizo unas propias. Tuvieron que ayudarle a volver a andar entre todos, con más fe que otra cosa. Quedó una pierna más corta que otra y siempre tuvo que llevar bastón y un zapato adaptado. Fue un gran triunfo para él y para la familia, pero para el médico también. Muchos años más tarde yo, a mis veintidós años, sin saber nada de esta historia, fui a su consulta. Al ver mi apellido Mayo, y mi origen, Cardeñosa, Sahagún me preguntó ¿no será usted familia  de Petronilo?, y me dio recuerdos para él. Este doctor, ya muy prestigioso, también me fue muy útil a mí: en aquella consulta me reveló que con la lesión que tenía en la rodilla podía librarme del servicio militar, cosa que no se me había ocurrido y sucedió.



Veinte años antes de eso vivía yo mis primeros dos años en la casa de mi abuela. Mi tío jugaba conmigo, y yo con su bastón: le llamaba (me lo dijo él) el tiqui-taca.


Petronilo aprendió en Toledo una orfebrería llamada damasquinado. No le sirvió de mucho, en su casa había unas tijeras adornadas por él, y algún espejo o alguna cajita.., pero dio pretexto para que mi abuela María y su hermana Joaquina, hicieran el trayecto más largo de su vida: Cardeñosa-Toledo. Un viaje así de importante -y de costoso- no se emprendía para cualquier cosa, así que lo hicieron coincidir con la fiesta del Corpus. Mi abuela siempre recordó la solemnidad y el lujo de aquella procesión.

A finales de los años sesenta, la fortuna -en forma de trabajo las 24 horas al día-, sonrió a la familia Mayo Sáez: llevaron la central telefónica. Allí respiraron por primera vez a pleno pulmón. Mi tío Petro también era el Secretario de la Cooperativa. Siempre fue muy perfeccionista en tema de cuentas y  papeles. Se compró una máquina de escribir que nos sirvió a todos los sobrinos para ensayar y a alguno para escribir un relato. En esos años lograron vivir, ahorrar, cotizar alejar el fantasma de la dependencia -por invalidez- de otros.



Mi tío siempre quiso ser útil; ayudó de buena gana a quien se lo pidió. Aunque no alcanzaba a ponerse los calcetines, trabajaba la madera, tenía buenas manos, la escalera grande que hay en mi casa, la hizo él. No alcanzaba, pero se ponía los calcetines con el bastón. Me dijo un día que te compres una cámara de video me tienes que grabar.  Nunca lo hice. Al final de su vida llevaba las cuentas del Hogar de ancianos. Pero sus últimos años tuvo ya problemas de próstata y bolsas de orina, se cayó varias veces, seguía luchando por levantarse, cada vez con más dificultades.

No fue feliz en la residencia donde hubo que llevarle. Casi no hablaba. Yo creo que le molestaba seguir viviendo otra vez dependiente de los cuidados de otros y tener que gastar ahora, a grandes trancos, lo que tan laboriosamente ahorró durante años.

Creo que la Cardeñosa que le conoció, recordará  su sobria inteligencia y su extrema formalidad. Yo me quedo con que a luchador no le ganará ni Rafa Nadal.




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