lunes, 30 de abril de 2012

Sobre la letra Z



Siendo la última la Z
de nuestras letras en lista
es fácil de suponer
que a ella se llega sin prisas,
sin agobios preocupantes
sin acciones llamativas,
porque estando tan atrás
las cuestiones llegan  vistas.
Aunque no nos engañemos;
en la Z se adivinan
muchas posibilidades;
es una letra  precisa
si queremos calzar zuecos,
zapatos o zapatillas.
Sin ella no habría dureza,
ni esa pureza tan mística;
faltaría la   dulzura,
lo que ya bien no se explica
y sin la  paz tan soñada
el mundo iría a la deriva.
Llegando la  Navidad
la zambomba necesita
ese zagal zamorano,
para cantar entre risas
y acompañar villancicos
en las calles o en la misa,
aunque sea zambo o zurdo
y lleve ropa zurcida.

Tampoco  los cazadores
sus piezas  alcanzarían
y el pescador sin anzuelo
poca cosa pescaría,
aunque fuese a Mozambique
a Zambia o hasta Suiza,
allí claro, sería en lagos
donde al pescado vería.
El maíz y sus mazorcas
en el limbo quedarían
y nadie podría tomarse
un zumo de mandarina,
ni en la Galicia  pesquera
la exquisita zamburiña.


Las cocinas sin sus cazos,
y cazuelas a la vista,
sin tazones y sin tazas
puestas en la estantería
sería algo muy diferente,
falto  de categoría,
algo como una pecera
sin ningún pez a la vista
Como es  también  necesario
tomar la Z enseguida
y atizarle buenas zurras
al hijo que se despista
para que no sea un zángano
sin futuro y sin salida.

Además la Z tiene
mucho tiro en la política,
integrante en  apellidos
de notables señorías,
viejos zorros del escaño,
campo de sus zorrerías
de  chanchullos y recursos
con labia más que florida.

El primero Zapatero,
que ahora es quien lleva la brida
y al que se suele nombrar
Z.P. con mucha chispa
también la posee  Aznar,
por ahora fuera de liza,
lo mismo que el vasco Arzallus
igualmente en muerta vía.
Y hasta hace poco Zaplana,
valenciano y... ¡cosa fina!
¿en qué signo del  zodiaco
estará inmersa su vida?
Aunque ahora ya su futuro
y  el presente canaliza
fuera de la cosa pública;
se ha dado una zambullida
en una empresa privada
donde mostrar su pericia.

Por ÁNGEL SÁEZ

Madrid, septiembre 2007

sábado, 28 de abril de 2012

PARA TÍ

NO OLVIDES ENSEÑARME A OLVIDARTE

Si decides que tu boca
ya no sea fuente para mi sed,
ni tus brazos la meta de mi destino,
cuando sientas que tu cuerpo
ya no encaja en el mío
no olvides enseñarme a olvidarte
No postergues instruirme como quitar
las huellas de tu boca de mis labios
las marcas de esos labios en mi ser
la rubricas de tus dedos en mi espalda

No descuides enseñarme a evaporar
los recuerdos de la memoria
aquellos deseos de mi sangre
las nostalgias de tus caricias en mi piel

No dejes de señalarme la palabra olvido….
no olvides enseñarme a olvidarte
porque solo así podré dejar de amarte
si algún día decides prescindir de mí

Anngiels Grigera Moreno

jueves, 26 de abril de 2012

RECUERDOS Y OLVIDOS

Por Juan de la Cruz Mayo 

(Como habréis podido observar ,varias personas colaboran en mi blog ,mandándome historias ,poesías, fotos y otras muchas anécdotas de mi pueblo ,esta seguro os gustara )

Cuando uno es un jovenzuelo suele creerse que ha conquis­tado la razón simplemente porque, en apariencia, superó la niñez. Desde esa perspectiva nos encaramamos en una arro­gancia miope que nos impide apreciar poco más allá de las tres o cuatro cosas que creemos que nos conciernen directamen­te.

 Yo no creía que me concerniera el que se marchara del pueblo Don Macario y como entonces ya disponía de libertad para no ir misa, alguien debió convencerme, exci­tando mi curio­sidad, para que acudiera aquel domingo a su última ceremonia.
 Estuve presen­ciándola desde la tribu­na, aunque en esta ocasió­n presté, como el resto de los que allí estaban, bastante más aten­ción que otras a aque­lla liturgia conce­lebra­da con un sacerdote amigo suyo que vino a arroparle en momento tan especial. De todas maneras, desde allí arriba no fui capaz de perci­bir ni la solemni­dad, ni tampoco la melan­colía que embar­gaba a la mayoría de los que ese día llenaron el templo. Mi  escepticismo me impedía implicarme, por eso tampoco llegué a apreciar la emoción ni las lágri­mas del anciano prota­gonista. Creo que sólo me inte­resaba el futuro: enterarme de qué iba a pasar; y con esas orejeras, me sor­prendió enormemente ver tanta gente llorando a la salida. Llora­ban lágrimas verda­deras; no eran esos alari­dos histé­ri­cos, algu­nas veces rea­les, pero bastantes veces exage­rados, que yo había presencia­do, también a la puerta de la iglesia, en algún entierro. El de aquel día era un extraño sepelio que com­par­tían casi todas las familias.
 Con aquel hombre se marchaba demasiado tiempo: miles de horas vivi­das en ese mismo templo en forma de misas, rosa­rios, viacrucis, flores de mayo, novenas, pasiones, sermones de las siete palabras... Sobre todo, se estaba yendo nada menos que el testigo de los aconte­ci­mientos fundamentales de todas esas vidas, casa­mien­tos, bauti­zos y comuniones, y más que ninguna otra cosa, sus extremaunciones y sus fune­rales: las últimas pala­bras dichas a los muertos, remata­das con la media palada de tierra que echaba entonces dentro del ataúd, estaban ligadas a aquel hombre que iba a desapare­cer para siem­pre de nuestras vidas. Pero también ese cura se llevaba nuestros pecados, todos los pecados confesados, los confesables y los inconfesables. Los pecados agrupados por familias, por barrios o por cuadrillas de amigos o de amigas. No debía ser difícil, con toda esa información, desde el púlpito, redondear la geografía moral del pueblo, mirando a la cara de sus habitantes que, aunque pareciera un mapa falso, endomingado, para él resultaría transparente, cuadriculado, sobre todo después llevar de treinta años absorbiendo desde aquella esquina oscura del confesionario -ya fuera de frente, con la puerta franca para los hombres, ya fuera de lado y con celosía por medio, para las mujeres- todo lo interesante o aburrido que tuvo la gente que ir a contarle como intermediario de dios.


 Mis recuerdos de esa parte de la vida son más pequeños que los de aquéllos y aquéllas que se emocionaban. Por la situación de mi casa, muchas veces tenía que pasar por la puerta de la iglesia para ir casi a cualquier lugar. Allí en el centro del recinto -“del cementerio”- estaba el grueso olmo que yo no fui capaz de escalar tan pronto como otros, que se secó y desapa­reció, asolado por la peste que acabó con todos los grandes de su especie. Muchas tardes el olmo estaba acompaña­do por aque­lla otra figura enorme, -medio olmo por lo menos-, que hacía paseos con las manos a la espalda, bajo el atrio de la igle­sia. Igual que su compañe­ro árbol, el tallo de Don Macario también partía directamente del suelo, aunque este tronco era de tela negra y tenía una fila de grandes botones que ascen­dían desde las losas del pavimen­to, remontan­do la montaña de su indisimulable barriga, hasta llegar a su gran cabeza páli­da, como la de un de angelote viejo, que algunas veces remataba una boina. El niño bien enseñado que era yo, se acercaba y se plantaba delante de aquel hombre a formular el "Avemaria­purísima"; entonces recibía el "Simpe­cado­conce­bida" acompañado de su carnosa mano derecha vuelta boacaa­bajo para que se la besara. Yo tomaba aquella mano con mi manita y después de darle un beso ya podía seguir mi camino.
Había un detalle preocupante: el dedo índice de la mano derecha de Don Macario tenía muchas veces un inquietante color marrón. Ese color, aunque no tuviera ese “olor” que fácilmente se le asocia, consi­guió desanimarme de pasar por la puerta de la iglesia, y comencé a tomar cami­nos que me alejaban de la iglesia.
Una tarde, comentando otras guarradas con los muchachos, alguien me tranqui­lizó afirman­do que aquel marrón efectivamente no era caca: es que el señor cura se manchaba de marrón liando cigarros; fumaba "Idea­les".



 Mis recuerdos religiosos comienzan con la cate­quesis preparato­ria de mi comu­nión. En aquellos tiempos andaba yo preocupa­do por mi primera confesión, porque no tenía hecho ningún pecado en siete años y no sabía qué podía decir en esa cita trascen­dental.
Menos mal que, oportuna­men­te, Santi “el Furraqui­llo” también llamado “Pirri” nos indujo a unos cuantos, para ir robar esa primavera manza­nas al huerto de Tío Pichón.  Pirri era más mayor, y por tanto conocía mejor la vida, pero aquella induc­ción no fue tan oportuna: las manza­nas estaban completamente verdes. Para colmo, nos pilló Tio Pichón  y nos ganamos una buena bronca de nuestros padres. El único resul­tado positivo fue que ya yo había conseguido por fin manchar mi alma manchada de pecado, así que tenía algo que confesar. Pero en aquel momento, me entró un poco de apren­sión, pues no sabía (creo que nunca lo supe) si aquel pecado era venial o mortal. Co­mo no iba a poder confe­sarme hasta dos meses des­pués, me encon­traba en peligro de ir al infierno, por eso me molestó mucho la falta de solidari­dad de mi amigo Carlos “Escarolo” que, como ya había tomado el año anterior su primera comu­nión, se confe­só casi inmedia­tamente para lavar el pecado. Y yo, mientras tanto, daba vueltas, porque ya tenía uso de razón: si me moría en ese tiempo iría directamen­te a las calderas de Pedro Botero. Aunque otras veces discu­rría que a lo mejor sería un pecado venial, teniendo en cuenta que las manza­nas estaban verdes, además de que, cuando nos pillaron, yo escu­pí el cacho que me estaba comien­do. No sé por qué a Adán no se le habría ocurrido eso para evitar su expulsión del paraíso. De todos modos, durante esos dos meses tuve cuidado espe­cial de no meter­me en peli­gros, para no morir­me, por si acaso.
Pasados esos meses, aque­lla trasta­da me sirvió efectivamente para que la primera conver­sación a solas con Don Maca­rio no fuera un mero trámite. Des­pués de confesar este prome­tedor primer pecado que me costó una buena penitencia, -habría de todo: un yo pecador, una salve, un señor­mioje­sucristo, y padre­nues­tros con sus correspon­dien­tes avema­rías y gloriaalpadre, gloriaalhijo...- ­ mis confesiones fueron ya mucho más aburri­das, porque nunca más cometí pecados dignos de men­ción, con lo que mis posteriores peniten­cias no solían exceder de un padre nuestro y un avema­ría. Aunque las rezaba con higiénica lentitud, no como don Macario que despachaba la absolución con un susurrante y vertiginoso “egoteabsolvoinnominepatris y noséquémás.
 Creo recordar la emoción al ir a recibir de su mano al cuerpo de Cristo transfi­gurado en mi primera hostia consagrada, pero si he de decir verdad, tengo más presente la imagen de las que Don Macario le daba sin consagrar a Luisito “Calino” en la catequesis a la que asistíamos después del rosario, ¡Qué maluto era aquel mucha­cho!. De cualquier modo, las más importan­tes hostias comulga­das por mí, fueron las que me esforcé en tomar cada uno de los siete primeros viernes de mes, en el año 1972 y 73.
Con ocho años me gané el cielo; aquello si que fue clarivi­dencia y precoci­dad. Recuer­do mi satisfac­ción en ese glorioso minuto de reflexión en que debía­mos permanecer arro­di­llados después de comulgar. Al terminar aquella última eucaristía, tenía­ que volver a la escuela -la licencia que nos dio la maestra no sobrepasaba el tiempo estricto de la misa- y todos los compañeros que acabába­mos de cum­plir los siete viernes, regresamos con la garan­tía de haber esca­pado para siem­pre de las llamaradas del infierno, pero, sobre todo, de aquel espan­toso reloj que repetía sin cesar "sin fin, sin fin".

 Haciendo memoria, puedo recordar otras cosas de la iglesia. Por ejemplo, existía una noche al año, (siempre era a final del invier­no pero todavía cuando las tardes eran cortas y se perturbaba en menor medida el trabajo) en que se hacía la misa de los hombres; lo que se llamaba confesión general. Por la tarde de ese día, venían un par de curas a ayudar a Don Macario a confesar indus­trial­mente a los varones que no prac­ticaban este sacramento con regularidad; es decir, al noventa por ciento. Como debía hacer mucho frío en los confe­sonarios, los monagui­llos estaban de servicio perma­nente para acudir cada cierto tiempo a la vecina panadería de “Canoncho”, llevando y trayendo, cogidos con unos ganchos de hierro para no quemar­se, ladri­llos calentados en su horno, para que los pies de aque­llos curas aguantaran quietos y sin brincar de frío, todos los relatos del último año de pecados masculinos del pueblo. Esa misma noche –para no dar a los hombres tiempo a pecar- se celebraba una misa en la que se formaba una fila tan larga de comulgan­tes, que llegaba hasta debajo de la Tribuna. Ésa era la única vez que podía verse a mucha gente (entre ellos a mi padre) en aquella cola. A aquel acto se le conocía por "cum­plir con la iglesia".
A mí lo que más me emocionaba era el cántico que hacían los Jueves Santo, durante la procesión que tenía lugar dentro de la Iglesia, que iba desde el altar hasta el monu­mento de la Virgen del Tránsito. Sonaba el "Tan­tum ergo" cantado a dúo por don Macario bajo palio y mar­cando el compás con el incensario, y el Sacristán (Tío Sacris) desde la tribu­na, arro­pa­dos los dos por el coro de mujeres en el que no sé por qué siempre se dis­tinguía perfec­tamente la voz de La Gerarda. Años más tarde me llevé un pequeño casete escon­dido para grabarme aquella música, pero el susti­tuto de Don Macario, Don Alejandro, tenía voz de lata abo­llada, además de que carecía casi absoluta­mente de oído musical. Borré esa grabación pues su penoso resul­tado me marti­rizaba el re­cuerdo de la otra versión gloriosa de aquel himno. Tampoco estaba ya La Gerarda.
 En la misma Semana Santa se producían otros hechos excepcio­nales como la postración de los concejales ante la Cruz de Plata. Era todo un espectáculo verlos como se agachaban de dos en dos, sobre todo para nosotros los niños y las niñas, que lo veía­mos en primera fila.

 La causa inmediata de la partida de Don Macario fue la enfer­medad y la vejez de La Feliciana, que era la señora que le aten­día, y nadie más quiso o no llegó a un acuerdo para hacerse cargo. Las lágri­mas de aquella mujer aquella mañana de la despe­dida fueron las más desgarra­das. La pobre se sentía culpable de la tragedia que asolaba al pueblo y la gente se esfor­zaba en consolarla.

  A partir de ese día Don Macario tuvo que resig­narse a la jubilación, cuya edad ya tenía cumplida con creces, y aceptar marcharse a acabar sus días en la resi­dencia del seminario de Ávila. Su hueco fue y será imposible de rellenar; aunque renacieran las vocaciones y los rebaños se volvieran a reunir, su estilo pertenece a otros tiem­pos.
La distancia trajo el olvido. Además, según creo, él no volvió más por el pueblo. Después de su muerte sonó una pequeña polémica sobre si el pueblo y sus repre­sentantes lo acompaña­ron como se debía, y  si se tenía que haber facilitado el que sus restos vinieran a enterrarse a nuestro cementerio, que era el suyo.

Pero yo, que ya vivía en Avila, todavía pude verle en dos ocasiones más.
La primera fue realmente obscena, escandalosa. Me da pudor escribirlo, pero un día le vi paseando por el parque de San Antonio..., en pantalones. Sí, en pantalones. Los pantalo­nes eran grises, del gris mas curil que pueda imaginarse, y también llevaba alzacue­llos. Nadie podía decir desde ninguna distancia que aquel hombre no era un cura. Pero aquella imagen fue para mí espe­luznante, demoledora; era lo mismo que si hubiera visto a mi abuela en pantalones.
   No creo que nadie que no le viera, acier­te a imagi­narse a Don Macario sin sotana.
La última vez ya no me conoció, estaba decrépito y bastante más delga­do. Le vi en los jardines de la Casa de Ejercicios del Obispado -que comunican directamente con el Seminario-. Yo estaba con un amigo mío, cuyo padre era el jardinero de ese sitio, y Don Macario paseaba o era sacado a pasear por otro cura. Vién­dole quizá ya abandonado de sus facultades menta­les, dije a mi acompañante:
 - Ahí va la memoria de todos los pecados de mi pueblo.
Mi amigo me respondió:
 - Hombre, no de todos. Alguno no se lo habrán confesado.
 - Bueno, si no lo confesó el pecador, alguien lo confe­saría por él.

 Creo que pensé entonces en cómo la Iglesia se adueñaba de las flaquezas, de las intimidades, de los rece­los, de las tentaciones y, sobre todo, de las consumaciones. Esa información, aunque los curas debieran olvidarla, se administraba en la memoria de estos pasto­res de almas, como un poder, como un instrumento de control hacia su rebaño. La confesión esa sumi­sión tan gene­rosa de los feli­greses era la mayor deja­ción que se le hacía al clero. Hoy, en la generación del ordenador y de internet donde la gente vierte falsas y verdaderas intimidades, con las que otros comercian, sabemos lo valio­sa y lo ricos que se hacen algunos con el mercadeo de cualquier infor­mación, para las empresas, para los gobier­nos, para la medici­na. Con lo fácil que se lo poníamos a le iglesia de conse­guirla sincera y de primera mano. Los curas siempre ha tenido ese as en las largas mangas de sus sotanas.
­No sé si es por for­tuna­ o por desgra­cia, pero la Iglesia como institución, (y ahí está su atraso) no pudo ni puede atesorar ni espe­cular con los pecados, porque ¿cuántos datos tan curio­sos, cuántas estadísticas tan fidedig­nas, tan interesantes para el conoci­miento de tantos aspectos del ser humano podría u­sar la sicología, la criminolo­gía, la literatu­ra..., si hubieran podido acceder a la información vertida en los confe­so­na­rios?. Pero cae en el pozo de una memo­ria personal, que al final se convierte, al no perdurar más allá de la vida del confesor, en un pozo de olvido. Y muerta la memoria se acabó tam­bién ese rastro de conoci­miento humano.

Los pecados de mi pueblo se olvidaron en Ávila el 1 de marzo de mil novecientos noventa y tres(1)


(1)La fecha, que yo desconocía, me la puso Don David Gallego, cura con quien trabé amistad en Mombeltrán en 2007 después de leer este relato. Don David era natural de Mingorría,  fue párroco de las Berlanas, precisamente uno de los que vino a concelebrar la misa de despedida de Don Macario. 


lunes, 23 de abril de 2012

HOY, ES EL CUMPLEAÑOS DE MI HERMANA (24 de abril)


Para tu cumpleaños... 
Deseo que recibas 
estos regalos especiales. 
Felicidad, en lo profundo de tu ser. 
Serenidad, con cada amanecer. 
Exito, en cada respecto. 
Sinceridad, de amigos que te quieran. 
Amor, que sea eterno. 
Recuerdos entrañables, de momentos del ayer. 
Un presente esplendoroso repleto de bendiciones. 
Un sendero, que conduzca a un hermoso mañana. 
Anhelos, que se conviertan en realidad. 
Y reconocimientos, de todas las cosas maravillosas 
que hay en ti. 
¡Que tengas un cumpleaños muy feliz!

Para: M.A.G.C.


UN GRAN HOMBRE Y UN GRAN TORERO : JUAN JOSÉ PADILLA


Juan José Padilla, conocido como "El Ciclón de Jerez", es un torero español nacido en la ciudad de Jerez de la Frontera, (Cádiz) el 23 de mayo de 1973.
Tomó la alternativa en la Plaza de Toros de Algeciras el 18 de junio de 1994, siendo su padrino Pedro Castillo y como testigo el Niño de la Taurina.

El 14 de julio de 2001 el diestro sufrió la primera de sus peores cogidas en la Monumental de Pamplona. Un toro de la ganadería Miura propinó al matador una terrible cornada en pleno cuello al entrar a matar.
El 7 de octubre de 2011, Padilla sufrió una gravísima cogida en la cara que le quitó el ojo izquierdo al banderillear al cuarto toro de la tarde en el coso de la Misericordia de Zaragoza.Tras la cornada del 7 de octubre en Zaragoza declaró que volvería a vestirse de torero el 4 de marzo en Olivenza (Badajoz) , de donde saldría con dos orejas por la puerta grande después de firmar una faena notable.





Elogio merecido



Aquí quiero relatar,
y espero hacerlo sin prisa,
con razonamiento lógico
y la emoción contenida,
el romance de una crónica,
de una gran gesta taurina
ocurrida en Olivenza,
esa ciudad tan bonita
allá en tierras extremeñas
que  con Portugal ya  linda.

Porque allí el cuatro de marzo
se celebró una corrida
donde “El ciclón de Jerez”
el gran Juan José Padilla
con los toros de su lote
se lució de forma activa
cortándoles dos orejas
de forma muy merecida.
Esto dicho así, tal cual,
no mereciera esta rima
porque esa  plaza ha vivido
faenas de antología;
pero este caso es distinto,
este caso tiene miga,
colofón a  un hecho trágico
y un pasado que lo explica,
ya que el diestro jerezano,
en una tarde maldita
de  la Feria del Pilar
sufrió una grave cogida.

Siete octubre, dos mil once,
en tercio de banderillas
a un toro de Ana Romero,
de intenciones muy dañinas,
que aunque era Marqués de nombre
 la nobleza no le obliga,
hirió a Padilla con saña
de forma vil y asesina.
Con rabia lo empitonó
y le produjo  una herida
que le arrancó el ojo izquierdo
frente a su propia cuadrilla
y ante el resto de la Plaza
que quedó sobrecogida.

Y cinco meses más tarde
de estar en un tris su vida,
tras gran rehabilitación
sacrificada y  precisa,
el torero ha vuelto al ruedo
confiado en esa cita.
Lleva  un parche a lo pirata,
la boca un poco torcida,
su traje esperanza y oro,
las ya clásicas patillas
y la ilusión desbocada
para esta fecha elegida.
“Trapajoso” y “Reposado”,
sus contrincantes de lidia
colaboran y la tarde
fue interesante y fructífera:
los de Núñez del Cuvillo
se unen a la bienvenida.

Sus compañeros de terna
lo  arropan, cuidan y miman;
Manzanares y Morante,
genios de la torería
colaboraron atentos
mostrando su simpatía
y entregados para el triunfo
en fecha tan decisiva.

            Marzo de 2012        por  ÁNGEL  SÁEZ



sábado, 21 de abril de 2012

Felix Maria Samaniego y una de sus fábulas

¿Cuantas veces te han dicho ,las personas que te quieren que no vendas los
 huevos,antes de tener la gallina ...?










La lechera

Llevaba en la cabeza
Una Lechera el cántaro al mercado 
Con aquella presteza,
Aquel aire sencillo, aquel agrado,
Que va diciendo a todo el que lo advierte 
«¡Yo sí que estoy contenta con mi suerte!» 
Porque no apetecía
Más compañía que su pensamiento, 
Que alegre la ofrecía
Inocentes ideas de contento, 
Marchaba sola la feliz Lechera, 
Y decía entre sí de esta manera: 
«Esta leche vendida,
En limpio me dará tanto dinero, 
Y con esta partida
Un canasto de huevos comprar quiero, 
Para sacar cien pollos, que al estío
Me rodeen cantando el pío, pío. 
Del importe logrado
De tanto pollo mercaré un cochino; 
Con bellota, salvado,
Berza, castaña engordará sin tino, 
Tanto, que puede ser que yo consiga 
Ver cómo se le arrastra la barriga.
Llevarélo al mercado,
Sacaré de él sin duda buen dinero; 
Compraré de contado
Una robusta vaca y un ternero, 
Que salte y corra toda la campaña, 
Hasta el monte cercano a la cabaña.»
Con este pensamiento 
Enajenada, brinca de manera, 
Que a su salto violento
El cántaro cayó. ¡Pobre Lechera!
¡Qué compasión! Adiós leche, dinero, 
Huevos, pollos, lechón, vaca y ternero. 
¡Oh loca fantasía!
¡Qué palacios fabricas en el viento! 
Modera tu alegría
No sea que saltando de contento, 
Al contemplar dichosa tu mudanza, 
Quiebre su cantando la esperanza.
No seas ambiciosa
De mejor o más próspera fortuna, 
Que vivirás ansiosa
Sin que pueda saciarte cosa alguna.
No anheles impaciente el bien futuro; 
Mira que ni el presente está seguro.




miércoles, 18 de abril de 2012

EL SALÓN DEL BAILE ,por Ángel Sáez (CARDEÑOSA)


Si hubo un sitio de grato recuerdo para la juventud de los años 60, en la que me incluyo, y en décadas anteriores o posteriores en la vida de nuestro pueblo,ese lugar fue el salón de tío Esteban, que ya quedó en el olvido de los tiempos y a muchos de los naturales, en la actualidad ,si acaso ,les sonará de oídas .

Era, casi cualquier cosa menos un salón, más bien una nave,con los techos sin dar de llana ,y donde se veían las vigas y cabrios de la techumbre ;el suelo de arcilla bien compacta, ventanas sin cristales ,pero con contraventanas ,cerradas en invierno y en el buen tiempo abiertas para su ventilación .De calefacción nada de
nada ; allí el calor era el emanado por las personas que lo llenaban en las fiestas.Tenía un pequeño bar ,el ambigú y además de la puerta de entrada ,tenía una salida a un patio lateral que en el buen tiempo era visitado
por parejas de baile y espectadores al evento.

Había baile todos los festivos ,excepto en Cuaresma ;al principio la música fue un organillo con su manubrio,
luego tocadiscos (el famoso pick -up ), con discos que solían renovarse por Navidad ,y en los días grandes
de función las diferentes orquestas contratadas y siempre los elementos musicales ,subidos a un estrado o
escenario ,pequeño ,montado en un rincón del salón .Allí nosotros no veíamos las deficiencias notables que
el lugar tenía ; acudíamos con la ilusión intacta desde los primeros bailes hasta que el tío Esteban anunciaba
eso de :"dos y la jota "para terminar ,o ya algo después , a que sonase aquel pasodoble de Manolo Escobar :
"Vamos a la vendimia valdepeñera ,corre mulilla torda cascabelera ..."


En el pueblo,en cuanto a fiestas ,
el lugar más añorado
era un salón de baile;
zapato vintage01 Zapatos Vintagesitio de indudable encanto
no por adornos ni lujo
sus cortinajes o cuadros.
Por no haber no había cristales
ni tenía cielo raso,
el suelo, barro arcilloso
perfectamente compacto
y donde era fácil bailar
en invierno o en verano.

Allí se acudía siempre
en cualquier fiesta del año,
salvo e tiempo de Cuaresma
en que el baile esta vetado
y entonces la juventud
debía dar otros pasos
para poder divertirse
sin problemas de pecado.

Bajo la atenta mirada
el tío Esteban,vara en mano,
que vigilaba la pista
como jefe y soberano,
la juventud se entregaba
a ese ejercicio tan sano
mientras fraguaban futuros
sin agobios, sin engaños...

En aquel simple salón
buenas orquestas tocaron
y a su ritmo ilusionante
surgieron muchos noviazgos
que tras más o menos tiempo
en matrimonio acabaron,
y quienes eso vivieron
seguro que están marcados
por la nostalgia y morriña
de aquellos tiempos lejanos
y de aquel salón de baile
que anudó tan buenos lazos.

Del libro Cardeñosa en mis versos ... y algo más escrito por : Ángel Sáez.

lunes, 16 de abril de 2012

FRASECITAS...


"Que los elefantes sean tan inteligentes y los hombres tan bestias, debe ser debido a una cuestion de educación."
DUMAS, Alexandre (hijo)



"El comportamiento es un espejo en el que cada uno muestra su imagen."




"Antes de castigar a un niño, pregúntate si no serás tú la causa de su problema."




"Cada quien es responsable de lo que le sucede y tiene el poder de decidir lo que quiere ser. Lo que eres hoy día es el resultado de tus actos pasados. Lo que serás mañana es el resultado de tus actos de hoy."


"Una gran cantidad de personas está en libertad porque es ilegal meterlas en una celda."



Hablando de libertad... lo único que limita la libertad de un animal es la muerte y el hombre.


Están las bestias; luego los bestias: las bestias matan cruelmente para sobrevivir. Los bestias sólo para disfrutar. El hombre será lo que dice ser cuando supere su bestialidad. Si no, seguirá entre los seres irracionales por mucho que pretenda lo contrario. Es una cuestión de hechos.



-El elefante muerto deja sus colmillos; el tigre, su piel; y el hombre, su nombre.(Proverbio malayo)

 La vida es una constante decepción
L. Carlos Barrios