viernes, 4 de mayo de 2012

EL HOMBRE QUE GRITABA AMIGO (por Juan de la cruz Mayo)

      
La última vez que hablé con mi abuelo fue de La Guerra, yo aún tenía doce años. Poco después se murió y me quedé con el sentimiento de haber dejado empezada aquella conversación. Siempre he buscado reanudarla con muchos otros abuelos adoptivos que me han ido contando su guerra; ese suceso que los hizo diferentes.
 Pero el más diferente de todos los de mi pueblo era Pistolo, un hombre sanguíneo, alto y socarrón, que había estado en la División Azul y que si te lo encontrabas, ya te saludaba desde lejos: "amigooo".
 Esta conversación es de una tarde que me senté a su puerta, al lado de la cabina telefónica de La Plaza. Como a muchos viejos de muchos sitios, algún día yo le había visto metiendo mano rápida en el cajetín de las vueltas del teléfono.
Pistolo con Juanito Mayo

                        No sacó nada.
 Esa tarde quiso contarme la causa de que se agarrara a aquella aventura que los dirigentes de entonces comprometieron al grito de "Rusia es culpable".
 Yo me apunté porque quería... - y entonces rozó la yema de su dedo  pulgar con la de su dedo índice-, pero na de na, no me dieron nada:
"por poco casi nos dan por culo a todos"
 Es que yo entonces era mu joven y, fíjate, que parece que debía tener poca guerra encima -los casi tres años de la nuestra- que me fui a buscar más. Yo había entrao de triunfador en Madrid y allí los soldados victoriosos éramos importantes, teníamos mejor rancho que la comida que podía conseguir la gente, tranvía gratis, sitio en los teatros... Yo era demasiao flamenco; cuando me licenciaron y me volví al pueblo todo aquí era lo mismo de siempre, pero más empobrecido  aún.
¿Pa esto había ganao yo una guerra?  y cuando salió aquello del banderín de enganche: que la gente parecía que se pegaba por entrar en la Legión Azul...  ¿qué me estaba encontrando yo en mi pueblo donde no había nada?, así que me apunté.
 Decían que los alemanes eran los mejores, que tenían muchos adelantos, los mejores aviones, los mejores tanques..., que iban a ser los amos, y que pagarían..., yo me apunté por la "tela"...
 y volvió a rozar sus dedos, con gesto decepcionado.
 "Pa lo que me han querido siempre mucho a mí ha sido pa desfilar, por eso me prefirieron frente a otros, y es que no admitieron a todos en la Legión Azul, algunos salían rechazados con un disgusto...; de buena se libraron.
Como yo he sido alto, siempre me colocaron en primera línea de formación para que se me viera bien. Ya había desfilao en la victoria de Franco, pero mira tú, por mi estatura, también he desfilao ante Hitler dos veces: la primera en Munich, allí hicimos la Instrucción Alemana y nos dieron uniformes del ejército alemán, y unas botas, ¡menudas botas! na que ver con las que se estilaban por aquí, y una cajita de buen betún negro pa lustrarlas. En Munich fue donde prestamos juramento al Fider.
El segundo desfile fue en Berlín, y allí ante los dos bicharracos: Hitler y Musolini, na menos -ésa si que fue gorda- y a este de Cardeñosa que ves -se señaló el pecho- le volvieron a colocar en primera fila. Menudo espectáculo; los alemanes sí que lo hacían a lo grande, no se pué ni contar con palabras. Al final todos los del desfile nos íbamos quedando en formación, y hecho el silencio, a una orden gritamos:
            "¡Sij Jail!,
            ¡sij jail!,
            ¡sij jail!..."
Era un trueno: ¡sij Jail!. Aquellos hombres eran invencibles. Sentía uno en la garganta el orgullo, la excitación de ser parte de todo eso. Con éstos de compañeros, íbamos a hacernos los amos del mundo. Tenía un camarada que era falangista y había dejado sus estudios en la Universidad, y estaba tan emocionao que me dijo: "Hoy me he sentido cabeza de la historia. Estoy ansioso por recibir mi bautismo de fuego en las heladas estepas".
A mí eso del fuego y de helarse ya no me gustaba tanto; yo, como bastantes de allí, ya estaba bien bautizao y bien confirmao de fuego, de miedo, de hielo, de bombas, de balas, de tripas de compañeros... y de sangre propia también. Pero aquel espectáculo... de verdad..., hay que reconocerlo, que le estremecía a uno..., habían ganado a los franceses, estaban ganando a los ingleses, tenían las armas que habían derrotao a los rusos de nuestra guerra civil...
Escuchando aquellas voces retumbando: sij jail, sij jail..., como que se emborrachaba uno de furia al machar el paso en aquellas avenidas, oliendo el sudor de fiereza, el betún y el gasoil de los tanques.

Muy poco después nos montaron en un tren: mu buenas tierras las de Polonia, un país tan ancho como España, todo llanito y que los alemanes se merendaron en mes y medio. Y ya, al acabarse Polonia empezamos lo duro; primero nos hinchamos a andar, buenas botas tenían que ser para llevar el fusil al hombro y casco en la cabeza:  mil kilómetros desde que nos bajaron del tren en Polonia hasta el frente de Leningrado, al oeste del río Volchok. Todo peso estaba de más pero no nos dejaron tirar la lata de betún, decían que pronto tendrían que lucir bien nuestras botas cuando desfiláramos en las calles de Leningrado. Llegamos a un sitio que se llamaba Vitebsck, el día diez de octubre y el once nos lo dieron de descanso, querían que atacáramos el 12 de octubre, el día del Pilar, que antes se llamaba  día de la Raza.
Los paisanos que encontrábamos por el camino o en las ciudades que iban saliendo al paso, ya nos iban conociendo a los españoles: más bajitos y con menor empaque que los alemanes, resultaríamos menos odiosos. De todas maneras, la gente de cualquier sitio cuando ve la fuerza andando por el medio de su pueblo tiene que hacerse simpática, por la cuenta que le trae. Seguramente temerosos de algo que pudieran hacerles estos españolitos, alguien averiguó y haría correr la información, de que a esos morenos con uniforme alemán había que llamarles "amigo". Y todas las personas de esos sitios siempre nos llamaban "amigo".
Los españoles éramos tratables, no nos prestaba ir por el mundo de raza superior... también pareceríamos más humanos por lo encogidos que andábamos por el frío.
Aquí en Cardeñosa no se sabe bien lo que es el frío. El frío de aquí es de juguete. A mí no se me olvidará el frío de verdad: algunas veces meabas y helaba de tal manera que el orín no llegaba al suelo. Cavar trincheras era durísimo, los picos rebotaban en la tierra. No recuerdo noches tan largas como las de Leningrado. Por las mañanas teníamos que dar alcohol en el fusil y en muchas piezas del cañón.
 Yo tuve suerte, me dieron dos permisos: en uno volví por muchos países y pasamos por Viena; el segundo fue el mejor, porque ya me quedé aquí y me libré de la batalla de Crasnibor. -murieron cinco mil españoles-  Allí las vieron de todos los colores, según me contó un compañero que volvió con vida.
 Estaba en artillería y teníamos una cosa curiosa: habían marcao unos sitios en el punto de mira que no se podía tirar; el palacio de los zares, y una iglesia con un pico mu altísimo, (de oro decían que era) y algún otro edificio más. Mucho cuidao, porque si alguien pegaba un pepinazo allí, había pena de muerte para toda la dotación de la pieza artillera.
 Y de los sitios que viste ¿Qué es lo que más te ha gustado?
 La Catedral de Viena; como no he tenido hijos, es lo más bonito que he visto yo, amigo.
 En mayo del 42 llegan los primeros relevos, que se sucedieron hasta marzo del 43 en que la España de Franco pasó a declararse "neutral" en lugar de "no beligerante".
 Y de esta aventura, como del cajetín de la cabina, Pistolo tampoco sacó nada, quizá sólo la costumbre de gritar "amigo".

Boda de Pistolo y Agueda

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